Benin avec plaisir. Sexto día de la misión en Tanguieta

Aquí no se libra nadie, si en su momento desobedecimos las leyes divinas y de los hombres para trabajar tenazmente en los días festivos, también hoy nos tocó desobedecer al Shabat y nos pusimos en marcha después de la liturgia matinal, sin mirar a los lados y con los engranajes lubricados que tan bien habían funcionado a lo largo de la semana. La sobrecarga de trabajo de éstos días también se hace notar hoy, pero ya hemos cogido el ritmo y el equipo está funcionando al 100%.

La sala de espera de óptica estaba repleta como era habitual, pero hoy se movía con más dinamismo y pudieron atender a una cantidad considerable de pacientes.

En odontología conocimos al hermano secreto de Mike Tyson. Después de asomar su tremenda testa por la puerta rugiendo en africano que se fueran los que estaban antes para que lo atendiéramos a él, se cansó de sutilezas y se puso en mitad de la puerta como quien deja un armario y porahí no pasaba ni el aire hasta que no le arrancáramos el dolor que le acompañaba. La sensación que nos recorrió al ver ese enorme conjunto muscular enojado nos hizo pensar en la ruta al baño que no existía, y concluímos que sería mejor que lo atendiéramos con especial preferencia. Puestos en harina para sacar la muela culpable pudimos verificar que, a su lado, Hello Kitty tenía la boca tres veces más grande que él bostezando, ésto unido a que su hueso estaba hecho de una mezcla de acero, diamante y aleación Z hizo que casi tuviéramos que usar la radial para sacar el mal de su cuerpo. No en vano Gabi ya me había advertido de lo robustos que son los huesos de los benineses. Cuando terminamos la faena jadeando como si hubiéramos hecho un exorcismo, el fornido clon de Tyson se transformó en un angelito, y con fonemas africanos y aspavientos se disculpó y agradeció casi con lágrimas la cesárea de muela sobre roca que le habíamos consumado. Hubiese querido bromear con él sobre lo que temía que le pasara a mi oreja en los momentos más duros de la cirugía, pero no me hubiera entendido.

Esa tarde el doctor Alasanz antes de comenzar la cirugía de la fractura mandibular observó con detenimiento a la señora con la neoplasia, su diagnóstico por imágenes mental unió los cabos y lamentablemente confirmó las sospechas. Había pasado demasiado tiempo sin que lo consideraran importante, tiempo que permitió a la enfermedad culminar su ponzoñoso avance: recomendó al hijo tratamiento paliativo, no había nada que hacer y menos con recursos limitados. El tránsito al más allá también sucede aquí como en cualquier parte del mundo, quizás ellos lo asumen con más naturalidad mientras nuestra empatía emocional nos hace sufrir, más por compasión, su silenciosa resignación. En éste caso el hijo agradeció de corazón a nuestra Medicina, con mayúsculas: aunque ya no era capaz de curar, el pronóstico no le fue inútil, le permitía un tiempo precioso para despedirse de su madre. Si para un occidental la eficacia de los tratamientos mengua la virtud de saber pronosticar, en éstos lugares acostumbrados al hechicero casi toma tintes de revelación. Otro ejemplo más de lo sorprendente que es para unos el tener acceso a un avance y lo poco que se valora cuando se tiene en abundancia.

La cirugía de mandíbula fue de escuela, el experimentado doctor Alasanz mezcló en su talentoso mortero los conocimientos de vanguardia con arcaicos recursos, y atornilló unas placas metálicas reduciendo y fijando la fractura con la destreza de un artesano. Es de remarcar la humanidad, destreza y conocimiento que había dentro del hombre al que encontré unas horas antes acurrucado en uno de los pasillos almorzando un escaso revuelto de huevo y verduras. Aquí, como en otras partes, las virtudes no permiten abundancia.

El quirófano general está muy bien equipado y el instrumental, hasta cierto punto, es aceptable. La cirugía la efectuó con bisturí eléctrico en buen estado y los tornillos, aunque quirúrgicos, eran uno de cada padre, delatando la importante carencia en consumibles. Las enfermeras y auxiliares están perfectamente preparadas, su control sanitario estricto y protocolos contrastan con lo que se ve a través de las ventanas fuera del hospital, es algo indispensable en una zona azotada por las epidemias, pero su mantenimiento requiere de inversiones constantes. El Hospital de Tanguieta es uno de los mejor preparados del país, mucha gente se acerca incluso de los países vecinos hasta aquí por la calidad de sus tratamientos, siendo una referencia para operaciones que serían inimaginables en muchos cientos de kilométros a la redonda. Lamentablemente también carece de recursos humanos, esa es la razón de las aglomeraciones de enfermos y de la importancia de las misiones de voluntarios para paliarlo.

Por la noche cenamos cuscus con chorizo de España y se decidió ir a visitar la discoteca de la zona, por lo visto propiedad de Basille. Fuimos Luis, Miriam, Eva, Manu, Huberto, Ariel el argentino, la pareja de belgas, los dos italianos y dos amigos de Dominique.

Nos perfumamos con la elegancia que tiene el “Eau de Relec” y antes de salir ya comenzamos la batalla de bailes en el comedor: cuando se solicitó la espontaneidad de alguna bailarina, Eva marcó el primer tanto a favor de España con una coreografía que despertó los aplausos de todos.

Llegamos andando a la discoteca que dicho sea de paso estaba muy bien preparada, una vez dentro perfectamente podíamos pensar que estábamos en cualquier establecimiento similar europeo, la diferencia era que entre los asistentes nosotros éramos los forasteros. Allí mismo Luis marcó el segundo punto para España, aguantando más que ninguno la primera ronda de bailes, sudando la camiseta e integrándose como el mejor entre los cordiales asiduos del lugar. Nuestras tres chicas también dieron la talla, y al poco tiempo fueron los benineses los que se integraron a nuestro grupo. No tardó en haber pique: los que estaban en la terraza charlando bajaron a conquistar la pista como quinceañeros y la gente de allí tampoco se quedó corta. Nos mezclamos a lo browniano entre risas y jolgorio: Un beninés agarró de la mano al italiano, a Manu y a Huberto haciendo un corrillo y les enseñó a bailar algo africano parecido al corro de la patata pero a 45 revoluciones. Mientras, Ariel y el alto belga se movían con soltura frente a dos esculturales nativas, y en el medio de la pista un sonriente castizo de formato XXXL espachurraba y zarandeaba al otro italiano como si se tratara de su muñeco de peluche. El coloso de color terminó bailando en el suelo con movimientos demasiado sugerentes, y si no llega a ser porque comenzó la música lenta y se cortó un poco el rollo allí podía haber pasado de todo.

Con muy buena sensación de haber eliminado toxinas por litros, y comentando las cómicas escenas que habíamos vivido, volvimos paseando con una estupenda temperatura hasta el hospital, que mañana también se madruga.

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